Romperé las cuerdas que me atan
al amor que se perdió en la elocuencia,
reclamé el turno en la paciencia
conociendo los dolores, los que matan.
La verdad, pavor en lejanía,
la mentira, esa sombra estrafalaria,
candidez del hambre tan primaria
que no va en el recorrido, es baldía.
Las miradas turbias permanecen
si se alejan las mitades tenebrosas,
un podrido nido de esas rosas
que dormirán en lo eterno si las mecen.
No será mañana ese momento
de tomar nuestro destino entre los dioses,
empecemos dando pasos, toses
del enfermo que ha acabado su tormento.
Julio G. del Río -Valencia-
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