El niño que fue casa
siguió siéndolo,
porque la casa supone la aventura mayor,
la exploración primera,
la raíz imaginada de los árboles
que duermen.
Belleza sin anécdota: conquista de una infancia
atestada de añicos
mientras el alma aprendía su música sin texto,
la palabra precisa
con que robarle al mundo su revés codiciado.
Aún sin saberlo,
el niño
ya era escritor forzoso:
sangre al papel vertida
amenazando lluvia.
Del libro Mientras viva el doliente de
ANTONIO DAGANZO -Madrid-
Publicado en Luz Cultural
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