Si el inframundo permitiera robarte un solo instante,
no importarían las monedas con que pagar al barquero.
Así vago día a día; desfallezco cada noche
sin volver a la otra vida, sin conocerte y nombrarte.
Y, aunque te observo de cerca y, de cerca, yo te siento,
poco a poco voy muriendo, en la extrañeza y el hambre.
Tanta miseria acumula esta maldita laguna
que es no tenerte y mirarte, condenado en mi desdicha,
que no cabe ni ordenada en todo el reino de Hades.
Si en el agua tú me hallaras, yo te haría mi Perséfone.
Pero sigo condenado, por los siglos de los siglos,
a perseguirte en voz baja, tan cercana y tan distante.
José Manuel Pozo Herencia (Cabra, Córdoba)
Publicado en la revista Aldaba 33
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