sábado, 25 de abril de 2020

CAMISAS PARDAS, CORAZONES NEGROS


            Llegaron desde la oscuridad, con sus camisas pardas ocultas tras la chaqueta y la corbata. Vinieron de nuevo de entre las tinieblas, trayendo en sus alforjas los mismos odios, la ira contenida, los pájaros de la muerte.

            Millones de voces muertas lloraron en el silencio del olvido. “No existimos jamás”, murmuraron con sus bocas cerradas, embutidos en sus trajes rayados de blanco y azul. Envueltos por el mismo gas que acabó con ellos, consumidos por las mismas llamas de los hornos que los convirtieron en polvo, los muertos olvidados lloran con ojos ciegos.

            Sobre una fosa común alguien ha puesto una rosa. El nieto de aquel hombre asesinado por ser hombre, abuelo ahora a su vez, sabe que “el trabajo no hace libre a nadie”, y que los látigos y las pistolas nunca harán mejor a la humanidad. Pero las camisas pardas no entienden de inteligencias, abominan de la palabra “cultura” y enarbolan banderas negras.

            ¿Dónde estás, abuelo? Las alambradas de púas no responden, y vibran un breve instante al compás del viento. ¿Qué pecado cometiste? Los barracones, con sus puertas abiertas que muestran camastros vacíos, no responden. ¿Por qué lo hicieron? Las chimeneas de los hornos crematorios, ahora apagadas, parecen querer decir, con sus dedos de cemento señalando al cielo, que quizá allí arriba tampoco lo sepan.

            El viento arrastra la rosa y la introduce, paradojas del destino, en la boca abierta de uno de los abandonados hornos.

Francisco J. Segovia

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