Una de la madrugada. Leía uno de sus escritores favoritos: Julio Verne. La historia la había atrapado haciendo retroceder al sueño. De repente oyó una voz que la llamaba. ¡Isabel! ¡Isabel!
Si estaba sola en la casa aquella noche, ¿quién la llamaba? Se levantó. Fue a la cocina. Allí no había nadie. Volvió a oír la llamada. ¡Isabel! ¡Isabel!
La voz venía del piso de arriba. Subió. Al entrar en el dormitorio la golpearon en la cabeza.
Cuando sus hijos llegaron a las cuatro de la madrugada la encontraron tendida en el suelo del dormitorio. Sobre el pecho el libro de Julio Verne, una cuerda de guitarra y una nota: “Nunca darás la vuelta al mundo.”
No tocaron nada. Llamaron a la policía. Ésta no halló huellas en el cuerpo, ni en el libro, ni en la cuerda, ni en la nota. La mató un golpe en la cabeza.
Esa noche en la ciudad se vieron a tres guitarristas actuando en la vía pública. ¿Sería uno de ellos el asesino? La policía rechazó pronto esta posibilidad porque a la hora del asesinato los tres estaban cantando en la calle. Además el asesino conocía a la víctima y la casa ya que no se encontró ninguna puerta forzada. Lo de la cuerda de guitarra y la nota quizás lo leería en alguna novela negra.
La investigación habría que iniciarla sobre el entorno que rodeaba a la asesinada. Se cotejaron todas las huellas encontradas en la casa. Solo una no aparecía en la base de datos: la que había en el pomo de la puerta del dormitorio. Era la huella de una persona fallecida hacía dos años. Era inexplicable. La huella era reciente. Sin embargo pertenecía a una muerta. Algo no encajaba. Un muerto había estado en el dormitorio. Eso decía la huella encontrada pero ¿cómo? Solo cabía pensar que la muerta no estuviese muerta.
Según las informaciones el accidente ocurrió un día de lluvioso. Tres fallecidos, dos heridos. Uno de los dos supervivientes fue Isabel y el otro su sobrino de cinco años. Los fallecidos: Los padres del sobrino y su hermana de dos años. Isabel conducía.
Que fuera un fantasma el asesino no lo aceptaban las mentes racionales de los policías. El ordenador había errado en la identificación de la huella. Tendrían que buscar una segunda identificación. Pero no esperaban un resultado distinto porque la fiabilidad de los ordenadores era máxima.
El diagnóstico fue idéntico: la huella pertenecía a una mujer fallecida hacía dos años. Buscaron el expediente del accidente. Al final del mismo se hacía constar que la familia donó todos los órganos y el cuerpo. Había que rastrear adonde había ido ese cuerpo. Tras una larga investigación se averiguó que se salvaron muchas vidas con la donación del cadáver. Incluso realizaron un trasplante de dedos.
JOSÉ LUIS RUBIO
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