Mañana, no habrán huesos descarnados,
las orugas, ágiles hadas azules
declamarán en el jardín
versos de espiga y flor.
Mañana, la lluvia barrera la ceniza,
en la ventana asomará el rostro de ayer,
latido silvestre,
anhelo.
Al final de la calle,
sé que está tu cadáver.
Consuelo Jiménez
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