Llevo dos días que no me encuentro bien. Dolor de huesos. Dolor de cabeza. Mocos, estornudos, falta de apetito, dolor de garganta. Decidí ir al hospital para ver si me recetaban algo que mejorara mi estado clínico.
La sala de espera estaba llena de gente en un estado tan deplorable como el mío. Toses, estornudos, sonada de mocos. Una hora después entré en la consulta. El médico me preguntó por mis dolencias. Le expuse mi situación. Los síntomas eran los de una gripe, me dijo, pero no obstante me tomaría unas muestras de saliva. Si la analítica confirmaba que era una gripe lo recomendado sería que guardara cama cinco o seis días.
Un cuarto de hora después dos enfermeros, con mascarillas, me pidieron que les acompañara. Me dejaron en una habitación. El médico vendría enseguida. Él me explicaría el resultado de los análisis. Poco después una extraña figura entró en la habitación. Iba cubierto de la cabeza a los pies con un mono blanco, con una abertura cubierta para la cabeza. En las manos traía un grueso dosier. Me preguntó el nombre. Una vez confirmada mi identidad me informó que habían encontrado un virus desconocido en los análisis. Como desconocían su peligrosidad habían decidido incomunicarme. Me mantendría así hasta que investigaran minuciosamente el virus. Si veían que no era peligroso me darían el alta. No supe que decir. Me senté en la cama. ¿Qué haría allí hasta que me dejaran salir? Vine a una consulta y no traje nada conmigo.
Se abrió la puerta. Otra figura blanca entró. Colocó en la cama un pijama, en la mesilla útiles de aseo. Le pedí algún analgésico para mi dolor de cabeza que no había desaparecido. Como no sabía el tiempo que estaría allí y las horas se me harían eternas anoté en un trozo de papel el título de dos libros por si me lo podían traer.
Pasaron los días. Extracciones de sangre. Análisis de heces, de orina, de saliva, pero seguía encerrado en la habitación. Supe que habían investigado mi último mes, que fue bastante movido, antes de ingresar en el hospital. Viajé por Europa, por América y por el norte del país. Estuve en contacto con mucha gente desconocida. Si portaba algún virus contagioso serían muchos los contagiados.
En estos días el dolor de cabeza no disminuyó. A vece se hacía insoportable. Tenía la sensación que me golpeaban con un martillo. Quedaba paralizado. A este estado dolorido se unía el aburrimiento que producía en mí la prolongada soledad. Empezaba a tener problemas de movilidad. Me fallaban las manos, los pies. Las noticias que escuchaba hablaban de miles de afectados. Por todas partes se veían los hombres de blanco. Buscaban una vacuna pero los científicos desconocían como controlar el virus. No se avanzaba. Estaban bloqueados.
Preguntaba y no me respondían o me decían algo no relacionado con la pregunta. Seguía empeorando. Veía los objetos borrosos. Apenas distinguía las letras. Los días se me hacían interminables al no poder leer. Solicité una radio. El oído aún funcionaba.
JOSÉ LUIS RUBIO
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