Hace diez años dijeron que el mar invadiría toda la barriada. No dimos crédito a la noticia. Pensamos que era un disparate. Que el cambio climático nunca llegaría.
Hace un mes las aguas cubrieron casi todas las casas, de mi barrio, que estaban al lado del mar.. El barrio ya no existe. Somos muchos en la ciudad los que lo perdimos todo. Se construyeron nuevos puentes para que la ciudad no quedara aislada.
Afortunadamente no hubo que lamentar pérdidas de vidas humanas porque abandonamos las casas un mes antes.
Muchos vecinos dejaron la ciudad. Buscaron lugares alejados del mar. Pensaban que allí estarían a salvo de las aguas invasoras. Los que nos quedamos, poco a poco, vamos recuperando la ilusión. Lamentamos nuestra desidia y el no trabajar en detener el cambio climático.
El peligro persistía porque el avance aún no había terminado. Se barajaban varias actuaciones. Las medidas no admitían demora. Unos días de retraso serían fatales. La ciudad acabaría desapareciendo bajo las aguas.
Yo estaba ilusionada pero no confiaba en que las autoridades actuasen con prontitud. En discusiones llevábamos perdidas muchas horas, muchos días, muchos meses. Como precaución se estaban desalojando todos los barrios que habían quedado cercanos al mar, tras el último avance.
Ahora yo vivía en un pequeño ático, piso 25. Solo conocía a tres familias de las 96 que vivía en el edificio, aunque compartía el ascensor con otras muchas con las que solo intercambiaba los buenos días, las buenas tardes o las buenas noches.
Esta mañana recibí una citación. Hoy se tomaría la decisión. Anoche se llegó a un consenso. A las 12 se comunicaría a la población el acuerdo.
Unos minutos antes de la hora fijada llegué, me senté y esperé la declaración. A medida que escuchaba la decepción se apoderó de mí. No esperaba eso. Era el fin.
JOSÉ LUIS RUBIO
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