¿Y el sol? ¿Dónde se ha escondido? Dicen los espíritus de la primavera que un duende travieso lo atrapó un buen día y se lo llevo a su escondrijo en las entrañas de la tierra. “Para tener luz en mi hogar”, comentan que murmuró.
Las hojas siguen ausentes de los árboles, y los hongos surgen allí donde deberían haber brotado las flores. El invierno vuelve otra vez, cubierto por cielos graníticos y húmedos. La nieve se envalentona y avanza lamiendo los costados de las montañas, y el trinar de los pájaros ha dado paso al sonido de la lluvia que repiquetea sobre el asfalto.
El duende, que no es mala persona sino atrevido y niño donde los haya, sigue encandilado mirando un sol colgado en la pared de su cueva. Sonríe como nunca antes lo había hecho y deja pasar las horas, callado y pensativo, mientras compara la luz que ahora disfruta con la sempiterna penumbra que ha sido su compañera toda la vida.
Fuera, las tinieblas permanecen, crecen, y ahogan. Alguien grita pidiendo luz, más luz. ¿Oirá el secuestrador los gritos de súplica?
Francisco J. Segovia
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