Ofelia y Eduardo eran argentinos y viejos amigos desde cuando estudiaban allá en Buenos Aires en las mismas escuelas de primaria, y de secundaria, y hasta en la misma universidad en donde habían hecho sus respectivas carreras.
Ahora él estaba de vacaciones en New York en donde Ofelia vivía desde hacia muchísimo tiempo y en donde se había hecho famosa actriz de teatro, y destacada periodista y poeta. Eduardo se desempeñaba allá en Buenos Aires, como profesor en una universidad. Ella solía visitar a su familia en Argentina con cierta frecuencia y siempre se encontraba allí con su viejo amigo con quien placenteramente compartía los mutuos relatos de sus vidas. Con él había aprendido el significado de la verdadera amistad y realmente lo amaba como a un hermano.
Juntos habían ido de paseo a Washington D.C. para disfrutar del imponente paisaje que en primavera ofrecen los famosos cerezos y magnolios haciendo derroche de sus galas floridas. ¡Él había quedado deslumbrado ante tanto esplendor!
—Querida: Después del inmenso placer de verte y disfrutar de tu inigualable compañía, vale la pena venir aquí en primavera, sólo por ver tanta belleza de Natura –le dijo acariciante.
Tras de unas semanas más de disfrutar juntos de los placeres que Manhattan ofrece a los visitantes, Eduardo, se aprestó a regresar a su patria.
—Ofelia: He pasado un tiempo inolvidable en tu grata compañía –le manifestó con cierta melancolía-, mas debo regresar a casa.
Aunque ella también sintió pesar por la separación, se ofreció a llevarlo al aeropuerto Kennedy en donde al despedirse con un emocionado abrazo él le dijo: Seguiremos en comunicación. Te veré de nuevo en primavera…
Ofelia había determinado regresar a Buenos aires para quedarse a vivir definitivamente, ya que sus hijos y toda su familia vivían allá. Así que después de vender sus muebles y enseres y casi todas sus pertenencias -lo cual le tomó varios meses-, en los primeros días de octubre regresó a su tierra natal.
Qué sorpresa más grande se llevó cuando al arribar al aeropuerto vio entre la gente y entre los miembros de su familia, a su entrañable amigo Eduardo quien alzando los brazos por entre los presentes con un bello ramo de rosas rojas eufóricamente le decía: ¡Ofelia, Ofelia, aquí estoy yo!
—Te dije que nos veríamos nuevamente en primavera. En un año… dos primaveras.
Leonora Acuña de Marmolejo
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