La incertidumbre es una de las peores compañías con la que tiene que vivir el ser humano. Si, además, esa incertidumbre atañe a su salud y, por consiguiente, a su bienestar, el caos, el miedo exacerbado o pánico pueden irrumpir de manera repentina, pero seamos coherentes. El sentido común, la solidaridad, la generosidad, la empatía deben ser el antídoto para tratar cualquier mal que aceche a la humanidad. En este caso, se trata del COVID-19, un oportunista sin escrúpulos, que no distingue entre clases sociales; tan solo en la genética o inmunidad de cada uno. Se ceba con los débiles y con las personas mayores que, aparte de sus achaques propios del paso del tiempo, y a los que debemos tanto, tienen que lidiar con dicho intruso. Los demás no podemos hacer caso omiso. Los jóvenes, no todos, nunca se debe generalizar, por el hecho de serlo, se creen estar por encima del mal y del bien, y no son conscientes de que todos necesitamos de todos. Los adultos somos los primeros que tenemos que dar ejemplo, y por supuesto, todos los que representan y velan por el bien de los ciudadanos.
El sentido común debe imponerse, cuando la psicosis, que para nada sirve ni es eficaz, se hace generalizada. Igual que debemos tomar medidas como los chinos primero y los italianos después, los jóvenes deben saber escuchar a los mayores, a los que la experiencia les reporta sabiduría. Estar preparados intelectual y psicológicamente es muy importante y fundamental, con una sólida base de respeto y educación. El esfuerzo y los valores tienen su recompensa. Hay casos, como los que estamos viviendo, en la actualidad, que requieren una planificación y la colaboración de todos. Uno no puede pensar en vivir el presente y que otros les solucionen los problemas. En nuestras manos está enseñarles a amar, por su bien y por el de todos, dándoles alas, cuando se pueda, para que puedan cumplir sus sueños, unos sueños que incluyan conocimiento, generosidad y buena convivencia. Como suele decirse: “la unión hace la fuerza”. Enseñar lo contrario es contribuir al deterioro de la civilización. Nadie debería permitir el sufrimiento ajeno, sobre todo, aquel que es evitable. Generosidad implica que las personas y su dignidad están por encima de cualquier ideología o egocentrismo.
Se trata de un tema nada prosaico. Una construcción, con sólidos pilares, se mantiene y, si tuviera emociones, éstas serían de bienestar y satisfacción. Quizá así, se contribuiría a disminuir el número de suicidios y de violencia de género. Todo es una cadena de eslabones entrelazados. En nuestras manos está que esos eslabones sean fuertes y unidos o, bien, que se rompan y genere un vacío que no es fácil llenar. Tal vez, hable egoístamente, por el bien de mi hijo y de mis seres queridos, pero no hay más que estar unidos frente a la adversidad, pero también cuando lleguen los buenos momentos y, cuando esto pase, que pasará, que nos haya servido para aprender.
Me gusta pensar que todo ocurre por un porqué, como decía Mouriño, y tiene un sentido, aunque en el momento presente no acertemos a dilucidar el motivo.
Refiere Antoine de Saint-Exupéry, autor de la famosa obra “El principito”, que “el fracaso fortifica a los fuertes”. Saldremos todos fortificados de esta.
Respetarse a uno mismo y a los demás. Las divisiones no son buenas para nadie. Todos somos vulnerables. Nadie está exento del peligro, pero unidos venceremos al COVID-19, incluso al miedo, que es una de las grandes lacras que asola a la humanidad.
Lola Benítez Molina -Málaga (España)-
Publicado en Pensamiento
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