Déjenme aquí… en el confín de la sangre…
Déjenme aquí… yacer de pie… a frente olvidado…
Trepado a los sauzales, lapachos y chivatos de mi infancia…
Déjenme aquí… en mi Taragüí… a orillas del majestuoso Paraná…
Que me abrace la arena y me cubran los cardenales… con el aletazo del poniente…
Déjenme aquí… en mi Corrientes Agreste…
En el surco… en la simiente… y en la resolana de las lomas provinciales…
¡Déjenme aquí… Chamigo! Remando por la sangre que llega al Iberá…
sintiendo… el insistente temblor que brota de los pajonales laguneros…
cuna de yacarés, garzas, ciervos y carpinchos…
dejen que me asciendan las ramas de los tallos… palmeral, tacuaral y enredadera…
Que me aturda el clavetear del grillo en la espesura… y el canto del pitogüé pregonero…
Como el galopar indómito de nuestros paisanos en el monte bravío…
Que me impregne de los olores de la tierra… regada por la lluvia labradora…
Tengo aquí… en mi Corrientes Agreste… un sinfín de mitos y leyendas… pero ante todo…
La creencia arraigada… de Nuestra Pura y Dulce Concepción… en la Señora de Itatí…
Tengo aquí mi desvelo y mi contento… en esta tierra… que en su raíz amarga y dura…
Guarda mi inadvertido sufrimiento y goce… en esta soledad…
Que no puede acallar… ni el canto del viento… en mi amanecido ocaso…
Y en el atardecer estival… que nos regala un coro de chicharras…
y en cada mañana… que se muere de pájaros…
Pienso… en nuestros árboles… que en su noble madera… anidan recuerdos…
¡¡Ay… Hermano Árbol… cómo habrá de dolerte en tu savia y tu corteza…
esa costumbre… de llevar el corazón por delante… en cada gajo!!
Jorge Daniel Pérez -Argentina-
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