Mi amor izado igual que una bandera, suerte de luna llena, sin cuartos menguantes...
No soy yo, son mis manos las que te han aprendido de memoria: tu cuerpo es una imagen fija, un vértigo que escarba el corazón, que vive sin horarios, como esa otra rutina de la sangre. Hay tanto en ti, que no cabe en un mundo.
Desnudos y saciados, de vuelta del delirio te hablé de mis sombras, mis temores, de la herida que llevo para siempre en el pecho. Me contaste que no puedes y no quieres ser la otra de nadie, que estás cansada de eso, de los hombres que huyen, de las manos que atrapan. Que tu piel echa en falta más caricias.
Y yo te confesé que no quiero una mujer que no sepa de magia, una estatua de sal, trabada entre los radios de la rueda del karma, triste y haciendo muecas, como una virgen pálida en un manicomio, llevando la cuenta de las horas que sobran...
Y nos amamos libres y seguros del otro, sin excusas ni miedos ni tragedia en tres actos.
A la mañana siguiente estábamos en casa y yo compuse un nido para dos con retales de hierba de tus sienes.
Jugamos al Scrabble con suspiros, perdimos calcetines y relojes...
...y se nos hizo tarde para despedidas.
Carlos Bonino
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