Ya lo sé, tu mano no despertará más este cuerpo;
tu boca que me regaba de dicha apenas si se convertirá
en un recuerdo que con el tiempo
tomará la forma de pesadilla,
de las que atacan -sin sorpresas-
cada domingo por la tarde
cuando el pecho se convierte en abismo,
y yo suicida en potencia me lanzaré
aferrado al eco de tu mágica sonrisa
de la que soy cautivo.
Ya lo sé, ahora que los atardeceres
dejaron de ser sosiego,
y que la noche se llenó de fantasmas,
el tiempo volverá a correr sin sentido y con prisas;
y mis manos comenzarán a temblar
cuando acaricie tu lado frío de la cama.
Ya sé, el dolor con los meses pasará
y de a poco se disipará tu falta
pero hasta que eso suceda moriré,
una y mil veces cada vez que te nombre
sin siquiera pronunciar palabra.
Leandro Murciego
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