Me llamó mi padre y fui,
me dijo, siéntate aquí mi hija,
quiero contarte, lo amarga que es mi vida,
quiero decirte que te quiero, que deseo que vivas,
que lo único que necesito es la paz y a eso aspiro,
pues desde que murió tu madre,
esto no es vivir la vida, y tú lo sabes muy bien,
estás conmigo y debes vivir la tuya, ser libre,
quiero ingresar mi niña, en un convento, muy cerquita,
y siempre que tú quieras, me subiré a la terraza,
y me podrás verme todos los días.
Mire a mi padre y no le sonreí, sabía que sufría mucho,
y si eso le daba vida, bendita era su decisión, pues era su hija,
y siempre respetaría lo que el decidiera, pues lo quería mucho,
le dije ¿has hablado ya con ellos? dijo no, iba a hacerlo mi niña,
y comprendí, que había elegido la cofradía de la divina muerte,
pero ¿qué iba a hacer yo? sino llevarlo yo misma.
Llegamos y al pegar a la puerta, vi como llevaban su cruz,
y sentí que mi padre iba a estar peor de lo que estaba conmigo,
pues era poeta, y demasiado sensible para estar allí,
le dije, ¿sabes papa? “puedo llevarte con madre si quieres”
él se puso todo erguido y me dijo, ¿hija cuanto quieres?
¿cuánto hay que pagar? por llevarme con mi divina,
tú tranquilo, solo son trece moneditas, la podrás pagar,
y cogiéndolo del brazo, le dije, “vámonos, es tu hora ya…”
…Y lo trasporté, como llevé a mi madre un día…
mis alas lo cubrían de toda negrura que pudiera dañarlo,
¡iba feliz¡ ¡un niño parecía¡ tanto, que al entrar, se olvidó de mí,
y por un instante vi la luz divina, y su amor sentí…
más me dijeron, “vete, no es tu hora aún”, y en silencio me fui,
y volví a los infiernos… con otros, que como yo, vivían allí…
FRAN TRO
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