viernes, 1 de mayo de 2015

EL MOMENTO EXACTO


El momento exacto en que se convirtió en un canalla fue aquel en que me miró a los ojos y me dijo, de una forma fría y meditada, que me mataría el día que dejara de quererle.

 Hasta ese momento había pensado que él era una persona atenta, sensible, cargada de amor, que se desvivía por tenerme contenta y satisfecha con nuestra relación y que a veces, sólo a veces, tenía algún arranque de ira. Todavía tengo dudas, y pienso si no me estaba engañando desde el principio. Tal vez no lo hiciera conscientemente, porque el amor es ciego y tiene la virtud de que, gracias a él, tendemos a ocultar nuestros vicios y a acrecentar nuestras virtudes y las de los demás hasta cimas inimaginables. O, quizá, sí que fuera sabedora de que me estaba ocultando su otro yo. Esa duda me perseguirá siempre, porque no pienso preguntarle nunca si siempre fue así, o cambió tan bruscamente ese día en que su mirada se transformó de la dulzura que siempre había creído ver en ella a la dureza de una amenaza de muerte que vislumbré a través de mis lágrimas.

Y desde entonces, siempre lo he querido, cuando dejo de hacerlo, su mano, rápida y brutal, me golpea sin misericordia. No he podido dejar de quererle, aunque sea miedo en vez de amor lo que le profese, y odio en vez de cariño lo que sienta por él. Ahora ya no hay lágrimas en mis ojos, tan acostumbrada estoy ya a sus desprecios, pero sí manchas oscuras alrededor de ellos, y cicatrices en mi cuerpo, que oculto para que nadie las vea.

Nuestros hijos me miran con curiosidad y extrañeza. Son aún pequeños, pero parecen entender que esos llantos bajo las sábanas, o esa tristeza con la que me ven pasar a su lado, son provocados por su padre. ¡Me hubiera marchado ya, canalla, si no fuera porque temo por ellos!

Sí, “cariño”, te quiero. Pero te quiero fuera de mi vida, para ser libre y no sentir más tus manos frías que ya no saben acariciar sino herir. Te quiero fuera de la mirada inocente de mis hijos. Te quiero olvidado y lejano en el tiempo y el espacio. ¡Pero me pesan tanto estas cadenas cargadas de miedo!…

Francisco Segovia -Granada-


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