Hay un ave carroñera
Entre las alas de las ninfas
Lleva las garras mugrientas
Quiere comer en nidos ajenos
Se siente viejo, pútrido, incapaz de concebir
Y yerra comiéndose las crías del paraíso.
Hay un zahorí que hallará sus aguas oscuras
Para llevarlas a su puerta
Regar sus macetas, apedrear su escafandra
Roer los huesos que apestan bajo su sebosa tarantela
Pedirá clemencia a los yerros que ajustan su escualidez.
El objetivo está fijado
Las saetas afiladas, el túmulo limpio
A la espera se ciñe el cazador sereno
Colmado de paciencia, mordisqueando su tiempo
Quedando los párpados fijados en su cerviz
No tiene escapatoria, caerá en las redes
Hay cuerdas para ahogar sus mil inmundas cabezas
Ni siquiera podrá transmutar en Samsa
Llamará por majestad a sus coetáneos blátidos
Creerá que es príncipe elegido
Mas no podrá salir de sus pútridas tierras informes
Así será su pacto con el diablo, oscuro y mugriento.
El cazador cerrará las puertas de su paraíso
Y con la mano abierta le dejará un saludo como pago
Mientras corrobora como en su rostro yace la amargura.
Santiago Pablo Romero -Trigueros-
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