Se esfuman las huellas
que a tu paso dejaste,
espaciando el tiempo
ante tu muro invisible.
Y tras el valle tierno
de tus cielos abiertos,
solo respiro olvido
en precioso silencio.
Ni siquiera desencanto
apenas unas palabras,
qué puede importar
el silencio compartido.
Así cuando te deletreo,
leve sabor en mi boca
de tus invisibles besos,
al roce de mis labios.
Ante tus ojos ausentes
el susurro del viento,
y mis palabras rotas,
las ruedas del ocaso.
A orillas de un sueño,
que agita su impulso
en la frontera del tacto,
puro letargo del vacío.
Y aunque tú ya no estés
en esta noche estrellada,
igualmente te soñaré
aunque no me recuerdes.
Ricardo Miñana
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