Yo soy el que robé el fuego
y me metí entre las zarzas a buscar
al Dios vivo. Yo.
Tú eras sólo el Dios de los filósofos.
Y si algo te robé me cortaste la mano.
Tú eras un Sujeto para que los sabios se diviertan
o tengan acaso empleo, o rentable simonía.
Tú eras el supuesto Saber, un cómo hacerse rico,
supremático, uno que absolutamente condena
como Dios de la filosofía y deidad de la ciencia.
Eras un Dios conceptual. Yo, un niño más
entre las ratas, el chamaco jalándose la polla
hasta que avanzas como un ogro con la hoz.
Vas a cortar su pija y sangrarlo
Pedir que sobre el ádyton se ejecute
un sacrificio humano.
Como el padre declinas, faltas.
Hay que decir que desapareciste
y se quedó un ritual neurótico en tu nombre.
Dejaste de ser un padre enaltecido.
y una fuente de espíritu para la hija.
En el Monte Moriah no te detuvo un ángel.
Isaac no es ya tu risa.
Es su llanto y el tuyo. Vives asesinando.
Tú eras un Dios garante, cartesiano.
Dios, motor inmóvil de Aristóteles,
dios hegeliano, dialéctico
del idealismo objetivo.
Tú no salías del fuego
como el dios de Abraham, Isaac y Jacob.
Tú no eres padre de nadie: eras Uno
que castraba a los Otros o los metía
en su garganta de infierno como Saturno,
que devoraba a sus hijos.
Tú eras el dios del silencio eterno.
El dios que aterra y que, por tanto,
desde el siglo XVIII lo matamos llamándole
ilusión de cogebobos, neurosis obsesiva,
artificio metafísico.
Con el puñal cientificista
te matamos, nietzcheanamente dicho,
porque tú no eres bueno.
Dejaste de dar consejo sabio para acceder a lo real
Formaste mil prohibiciones y vaciaste
las convicciones sinceras de mi pueblo.
Del libro de “Estéticas mostrencas y vitales” de
Carlos López Dzur -Puerto Rico-
Publicado en Suplemento de Realidades y Ficciones 60
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