(Fragmento del artículo de 1916 Boberías (19))
“Por dormir en la vía pública fueron condenados Eduardo Ramos, Fermín Ríos, Basilio Martínez, y Gregorio Guzmán, a tres días de cárcel cada uno, por el Juez de Paz”.
¿Puede darse nada más doloroso y terrible que el espectáculo de unos seres humanos tan pobres, tan desvalidos, que no tengan un rincón de un hogar donde dormir, y que, lejos de ser compadecidos por ello, sean conducidos a un tribunal y castigados sin misericordia?
Claro está que el juez no hace más que aplicar la ley. Pero la ley la hicieron los señores concejales, y estos concejales son hombres de carne y hueso, y aunque todos son contribuyentes, esto es, con buena cama en qué dormir, cabe preguntarles: ¿cómo han tenido ustedes, hombres de Dios y del siglo xx, valor bastante para hacer de una desdicha un delito y señalarle castigo? ¿Qué concepto tienen ustedes del dolor humano, de la miseria humana?
No comprendo ni comprenderé nunca que a unos Fermín Rios y Basilio Martínez, tan dejados de la mano de Dios que se ven obligados a tumbarse a dormir como los perros en un banco de la plaza o en la acera o zaguán de alguna casa, se les despierte bruscamente, no para darles cama, sino para gruñirles por boca de un torvo policía y encarcelarlos, y hasta macanearlos si a mano viene.
¿De que entrañas de piedra ha salido tal práctica? ¿Puede nadie imaginar que un hombre que duerma al sereno lo haga por gusto o por “sport”, a menos que no se trate de un borracho? Pues si no podemos imaginar tal disparate, ¿qué delito es el que se castiga en los Juanes y Pedros que duermen en la vía pública? ¿El delito de no tener un miserable techo que les cobije y unas tablas que les sustenten?
Pero estos hombres que hacen del desamparo un delito, ¿cómo es que pueden comer y dormir bien? ¿Cómo es que pueden en paz querer y acariciar a sus hijos, y sentirse buenos y hasta útiles a la sociedad, sin que por un instante les arrugue la frente el recuerdo de su atroz dureza con los Juanes y Pedros desvalidos y tristes que al dar la media noche fueron a acurrucarse humildes y olvidados como perros en un banco o zaguán de la vía pública?
¡Ay de mí! Voy para viejo ya, y todavía sigo, como cuando muchacho, temblando de miedo ante las buenas gentes llenas de respetabilidad que me salen al paso. Líbrame, Señor, de la vecindad de las buenas gentes. Si me has de dar vecinos, camaradas, amigos, dámelos bien malos, más malos que los mismos demonios. Y otra vez, Señor, me arrodillo temblando a pedirte con todo el corazón que no me pongas nunca muy cerca de los buenos.
Publicado en el blog nemesiorcanales
No hay comentarios:
Publicar un comentario