miércoles, 9 de mayo de 2018

LA VIDA QUE SE DESLIZA


A punto de cumplir los cincuenta
me rapo la cabeza siguiendo un ritual
aprendido durante años.
Pero esta vez hago algo más:
me depilo el pecho y las axilas
y con unas pequeñas tijeras
me corto el pelo de la barriga.
Mojo con agua tibia el cuerpo
que brilla en su delgadez y armonía
y cuando llego al sexo
lentamente me afeito
los vellos del pubis y de mis genitales.
Hago otro tanto
con otras partes de mi anatomía
que recorren sólidas gotas de agua
que se deslizan hasta el suelo.
Me depilo las piernas
hasta que no veo ningún pelo.
A pocos pasos me siento extraño, pero nuevo.
Me observo líquido pero bello
como un pequeño pollo desplumado
quieto ante una luz amarilla.
Un ritual tantos años repetido
pero que ahora va más allá
porque supera el límite de mi cabeza
y llega hasta mis extremidades.
Lo último que hago
es depilarme las manos
con las que dibujo este retrato
de tonos azules y anaranjados
donde se descubren las pestañas
y unos ojos del color de la miel
o de la oliva
que me miran como si fuera un hombre
que compite con su recuerdo.
Pero este hombre reconoce su identidad
mientras la vida se desliza
por diferentes senderos
y la muerte pesa más
que el anonimato de ese espejo
y es más ligera que una pluma
que cae también al suelo.

Del libro Autorretratos de Kepa Murua
Compartido por Carmen Virginia Rodriguez Caldera

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