miércoles, 7 de junio de 2017

PIEDAD


Mucho tiempo después del juicio, condena y ejecución del doctor Frankenstein, nadie sabía del paradero de la criatura que había escapado del fuego del molino y que aterraba hasta los hombres más valientes de la comarca. A él se le atribuían crímenes y desapariciones, muerte de animales domésticos, y hasta decían las viejas que la tierra que él pisaba se secaba, se volvía estéril, porque su origen era maldito, era hijo de la mente febril de un científico que había desafiado a Dios, que había pagado a sepultureros para poder hacerse de cadáveres frescos…
Como decía, su presencia se convirtió en un misterio y una mala leyenda. Todos creían además, que era inmortal. Pero yo, en el ímpetu de mi juventud acomodada, me propuse atrapar a la criatura algún día, si es que seguía sembrando el terror en la comarca…Pasaron años y nada. Me convertí en un cazador furtivo, con larga barba canosa y una escopeta pasada de moda.
Sin embargo, muy lejos del antiguo molino, y muy lejos de las abandonadas tierras de los Frankenstein, una tarde vi entre la espesura de los helechos una figura alta, medio borrosa que se movía más sutilmente que yo. La seguí con cautela. Tras varias horas, seguía esquivándome. De pronto, sentí un olor muy fuerte, como a cadáver y en un claro del bosque un hombre lloraba arrodillado. Lo reconocí por su calvicie y las cicatrices. Era él, el monstruo creado por el loco doctor
Frankenstein. Seguramente sus sentidos estaban demasiado desarrollados. Se levantó, me miro con ojos tristes pero fijos y solo articuló una frase —Máteme, por piedad, máteme.

Alfredo Ojeda Torres (Chile)
Publicado en la revista digital Minatura 155

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