El silencio se adentró en mi playa
como una ráfaga de viento sobre las olas.
Con fuerza,
con inusitada fuerza crecía y crecía
y me ahogaba.
Un silencio de siglos
en la sombra de la noche
se expandió por mi estancia saturando el vacío,
cerrando ventanas
hasta no dejarme ver la luz,
hasta no dejarme respirar.
En mis arenas clavó un cirio de muerte,
en mi laguna...
volcó la escarcha del invierno.
Sobre mi cama derramó el polvo de las horas
de un reloj que ya no latía
al compás de los segundos.
Cesó su rítmico tic-tac
y silenció nuestras palabras.
María Dolores G.ª Muñiz (Sevilla)
Publicado en la revista Aldaba 33
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