lunes, 5 de junio de 2017

NO ME DEJES CAER EN LA TENTACIÓN…


Una noche de enero, durante mi odisea por intentar abrazar a Morfeo y tras interminables vueltas, me sobrevieno de pronto una tremenda sensación de vacío. El monstruo alojado en mis entrañas comienza a inquietarse y reclama alimento urgente. Me acerco de un brinco a la nevera, pero nada de lo que guarda me satisface.
Regreso a la cama, despacio y sin hacer ruido, para no despertar a mi sobrino; sólo me faltaría el llanto incontrolado de un bebé gruñón. Ignoro mi insistente deseo de comer y consigo dormirme gracias a un cóctel de un diazepam con coca-cola que me sirve para engañar a mis sentidos; pronto me embriaga su hipnótica sedación.
Sueño.
Caigo en un delirio onírico donde el espíritu atormentado de una bestia infernal se apodera súbitamente de mis más íntimos deseos. Intento escapar, pero me aprisiona con sus garras huesudas y sofocantes. Arde mi interior y gruñe el estómago cada vez más fuerte. Siento el vacío de un pozo oscuro dentro de mí.
Quiero comer.
Las palabras se repiten con el eco igual que un susurro demencial y melancólico.
Despierto empapado en sudor, y el corazón me late como una tocata atronadora; empieza el réquiem por mi alma. Entonces tengo la sensación de estar perdido en mi propio cuerpo, de no ser yo quien decide mis actos. Algo más poderoso, más infernal, más tenebroso… me controla y llama mi acción. Soy una marioneta y el mismísimo Satán es el titiritero que maneja los hilos.
Me aferro a una fe que me quema por dentro. Rezo; -no me dejes caer en la tentación y líbrame del mal, amén.- Pero ya es tarde. Desde aquel día… aquel juego… aquel pacto. Sé que soy suyo.
El viento me grita una serie de palabras inconexas de las que sólo soy capaz de entender una: "come". Primero una súplica y luego una orden: "¡come!", truena en mis oídos.
Noto cómo corre por mis venas el veneno mortal y putrefacto de aquellas almas abrasadas en el fuego del averno y que ya no son más que cenizas enturbiando mi alma.
"¡Come, come! "Ansía mi incesante desvarío. Temo ceder, pero su fuerza me doblega. Miro hipnotizado a la pequeña criatura que duerme plácidamente en la cuna; tan blandito, tan tierno…, que mi boca se hace agua.
- ¡No!, grito en una súplica por resistir, pero una lucha encarnizada entre el deseo y la represión se libra ya en mi interior. "¡Ríndete! ¡Entrégate al pecado!"
Reclama mi angustia. Me relamo los labios imaginando el dulce sabor de la sangre incorrupta del bebé.
Resisto y abandono al niño. Salgo a la noche y corro sin rumbo por las calles desiertas de la ciudad con el único fin de alejarme de la tentación que aguarda en mi casa, mas el reclamo de alimento suena con una fuerza cada vez más ensordecedora.
Camino ausente, movido por la voluntad de un hambre voraz, y, entonces, la veo; tan jovial, tan sana, tan sabrosa… Está sola. Sí, lo siento. Me dejo llevar por el
delirio.
Muerdo y desagarro entre gritos de angustia; lamo la sangre que emana pura y carmesí de su cuello mientras mi cuerpo se estremece y se excitan mis sentidos.
¡Qué placer!
Después del festín, abandono el cuerpo inerte y destrozado de la joven y, saciada mi gula, regreso a casa.
Lleno.
Derrotado.
He sucumbido y, ahora, no soy más que una sombra que vaga entre las sombras; un penitente enloquecido al que no le resta más que rezar por no volver a caer en la tentación.

Alycia Alba 
Publicado en la revista Aldaba 33

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