miércoles, 7 de junio de 2017

AQUEL LEJOS DE NOSOTROS


Se nos concede un paseo por Villa Scheibler,
el madero de la puerta, un verde extendido
por nombres y años hasta el aquí, hasta el ahora
más discorde, hasta el punto final. Y tu
sonríes, te sacias en aquella gota, ajustas
las manecillas del pulso con aquellas celestiales,
episodio que regresa al ritmo, esencial desnudez, aquel
lejos de nosotros que repica, apaciguado, en los labios.

Hay una hora que contiene a todas las demás,
la alabanza y el exterminio, los besos que perseguían,
el ángulo de las rodillas, el hielo y el sobresalto
llegan como un llamado universal
cada uno con un rostro, un signo distintivo,
un sobrenombre, enlazan las líneas del tiempo
con aquellas de la mano y las del cuaderno,
con la precisión de una despedida.

Entre figuras de demora y de ansia, caímos
en el beso, atravesamos la maraña, caímos
en el tiempo silencioso, en la carne conquistada,
en el tiempo, en el tiempo: invasión coral
de la luz, idea disuelta en su infancia, vela
que nos lleva juntos, sonrisa
de los novios. Pero no tiene reglas, nunca,
la vía del dolor.

En la habitación, en el modo exacto
de disponer los objetos, estaba tu espera
y todo se preparaba para el momento de
tu ingreso, con los pies descalzos
que atraviesan los confines, cada confín,
todo se iluminaba de ti, alegre pronunciación
de mesas y de muros, escalofrío preciso,
latido de verano que lleva el desorden a su
línea pura, a la sonrisa, al anuncio,
cálida voz del más allá.

Pero a veces, al regresar, se encuentra la ira de los muertos,
el pálido desconcierto de las calles que alguna vez
fueron nuestras y agradecidas, fueron escalofrío nocturno
y el vestido rozado en el balcón: murmuran
que uno sólo fue el instante, uno sólo el beso, el nombre
de las pulsiones, uno sólo, murmuran
el antiguo estribillo: “no regreses, oh, no regreses
a los lugares en los que te han visto feliz”.

En la hora consagrada, en la claridad
de los cuerpos hemos estado, y era
aquella intimidad que en sí misma se desborda, aquella
respiración que mueve las hojas de Villa Scheibler
como en el mínimo roce está el todo,
como una mujer se hace ritmo y silencio.

Algunas veces era esperar en la oscuridad
la felicidad de los atletas, la clara
fantasía sobre la pista, los bellos malabaristas,
a veces era un bloqueo de salida,
una melodía invocada entre las notas
más dispersas, las almohadas, las escaleras mecánicas
del último verano, de la última
frase que respira en todas.

Quemaba el asfalto y tú estabas sola
entre los árboles de Quarto Oggiaro y las luces
inmortales de los bares y las casas
de los años cincuenta, balcones y albahaca,
un concierto de plantas y de mar:
vuelve, no vuelvas más
aquí, a la nostalgia de los vivos, vuelve,
no vuelvas, regresa, nunca, más.

Sobre tu frente quedaba un signo
de la noche, el amor que escapa al oído,
tal vez, una saciedad de horas. Vagando
en la misma arruga, rozando la línea
que no debemos pasar, me pregunto
dónde estará tu sangre, el verano
de Roserio, la cicatriz, el apretón de manos.

Lo desconocido que en pleno día
nos lleva, aquella rosa
acongojada que aparece en la unión,
su órbita secreta, somos nosotros.
Somos nosotros el lugar de la crónica
y el lugar de la flor sin edad.

Milo de Angelis -Italia- Traducción de Reinhard Huamán Mori
Publicado en Periódico de poesía 98

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