Habría que lavar no sólo el piso: la memoria.
Habría que quitarle los ojos a los que vimos,
asesinar también a los deudos,
que nadie llore, que no haya más testigos.
Pero la sangre echa raíces
y crece como un árbol en el tiempo.
La sangre en el cemento, en las paredes,
en una enredadera: nos salpica.
nos moja de vergüenza, de vergüenza, de vergüenza.
Las bocas de los muertos nos escupen
una perpetua sangre quieta.
Del libro Uno es el poeta de
Jaime Sabines -México-
Publicado en Poesía del mondongo
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