Más de un filósofo ha dicho que el pasado y el futuro no existen. El primero es sólo memoria o relatos transmitidos en noches de nostalgia. El segundo, se nos oculta, cambiante y escurridizo en los vaivenes de nuestra imaginación.
Sin embargo, una y otra vez retornamos al pasado tratando de retener un aroma, un color, una emoción...
Mientras lo hacemos con el pensamiento, el pasado no nos desilusiona, sigue ahí, esperando que lo evoquemos: esas noches de invierno en que sumergidos en un libro disfrutábamos del calor del hogar; el amigo que tuvimos y que amamos; la calle que nos vió llegar en esas madrugadas de reuniones y camaradería.
Pero si volvemos, si viajamos hasta esa calle, ese amigo, aquel invierno, la realidad nos golpea con su cotidianeidad, su grisura, su extrañez.
Varias veces volví a las calles de mi niñez, busqué en las paredes, la gente, las veredas –un poco más rotas, desteñidas-, pero no encontré nada. No hay huellas de mi paso, no hay gentes que recuerden. Aún cuando el edificio está allí, no me reconoce ni sabe quién soy. Y ese olor, ese sabor ya se han ido con los años que quedaron atrás.
Nada puedo decir que no se haya dicho de mis tentativas por revivir el gusto y el aroma del pasado. Sólo las palabras, inútiles y vacías, intentan transmitir la pequeña anécdota, los sentimientos, el clima de esos días.
Pero el peso de mi tapado azul, el frío sobre mi piel, el gusto de aquel helado en el húmedo verano que pasó, el retumbar de nuestros pasos en la calle solitaria, todo eso quedará en mi memoria, esperando...
Ester Mann -Israel-
Publicado en el blog elescribidor
No hay comentarios:
Publicar un comentario