Esta carta, tan mía,
tan suya, ¡ya suya!.
Señora de las piedras preciosas,
del
color verde como la malaquita
color verde del berilo,
única, cristalina: Esmeralda.
Me permito sentirme dueño:
Le cambio la mañana
el canje de la tarde
o el trueque de las sombras
y/o permuta, de la noche.
Le cambio el sueño de su descanso:
"ya no será Jueves en pleno sol".
En una lluvia
en dos tormentas, sin ver...
en tres pájaros vendrán.
Vendrán a saludar ya,
a usted,
a calcular cual es su deseo
y a brindar, junto a mí
usted ahí, ellos allá,
¡entre alambres, las garras,
en
cables de luz!
mirándola fijamente
oiga usted, señora:
"Cómo se le mira
a lo que realmente se le admira
a una clara, a una pura, ahora o mañana, a la verdadera luz".
Y allí junto a la mesa...
habrá café, (cargado),
azúcar
pan.
Y es ahí que vos platicará
libremente,
acercará a lo más, vinculará al aumento,
o relacionará al crecimiento
de lo que siente por mí...
< aunque sea el coraje >
no me lo niegue
nunca me niegue
pues ya, oiga, ¡a usted conozco
entre ya lectura y letra prieta!.
Y le dé
por recordarme
quién pasó la tarde
a noche entera,
platicando de aquí, del allá,
del volcán, de su Hostal,
entre plena, en medio de,
o soledad.
Reyvik.
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