Y al final, ¿para qué sirve ir matando demonios con las luces del alba?, ¿para qué las montañas de sudor y hambre, para qué los laberintos de caminos difíciles, para qué la lucha, la paz o la rendición del suicidio?
Hilos esdrújulos van tejiendo sombras en las luces, y los marrones han ido apoderándose siempre de los blancos: payasos de papel para jugar a redimir dolores con sus disfraces.
(Nadie te ha sabido explicar cómo se reparan los sueños rotos, o por dónde se pueden hilvanar los desgarrones antiguos sin que las cicatrices no supongan más sangres ni tristezas. Nadie te ha podido descubrir qué significan las ausencias y los miedos)
Quizás el humo, la carencia de aguijones agudos que te laceren, la sonrisa que se pierde detrás de un beso, puedan ser antídotos necesarios para acallar los interrogantes.
Quizás el pecado sea, tan solo, creer que el pecado existe, y que el infinito no sea solo un tiempo, sino, sobre todo, un espacio donde purgar alegrías y tristezas.
Porque el amor -el amor, sí- es un infinito donde residir las dudas, y solo el amor puede hacer soportable el largo precipicio en el que los fantasmas se aglomeran antes de repudiar el mundo.
Solo el amor es capaz de hacer finito el infinito.
Luis Enrique Prieto
Publicado en la revista Arena y cal 184
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