Cuando la ilusión te haga sentir
que tus labios están carcomidos
como un abrigo en el fondo del armario
esperando la ocasión especial
y esta nunca acaece.
Si esta alucinación
te hunde, te desgarra,
te degüella lentamente
con sus falsas esperanzas,
es momento de suprimirla.
Lo primero que se tiene que hacer
es identificar el origen de la misma,
con el afán de valorar su naturaleza.
Acumúlela en el hemisferio derecho,
reflexione si algo más le producirá
la misma sensación,
continúe con el procedimiento,
si esto es así.
Identifique con claridad
si su percepción es la adecuada:
que no contempla vida
donde solo hay sombras.
Aclárese, que no vibró cada uno de sus poros,
que en realidad se anegó su razón,
por un estado emocional vehemente.
Que este sentimiento
no es más que otra manifestación de su locura.
Una vez que sea desechada su confiabilidad,
viértala en un cántaro,
contémplela por un instante
y si no duda de lo que hay que hacer,
prosiga hasta el final.
Desnúdela de atavismos,
de la inexistente afinidad
derrame en ella toda su congoja,
y mezcle por un tiempo.
Una vez que el amasijo esté listo,
tráguelo poco a poco,
condúzcalo esta vez a su hemisferio izquierdo.
Perciba la falta reacción
a lo que le producía tanta cursilería.
Si ahora lo que siente es repulsión,
lo ha logrado, la ha extinguido
ERIC URÍAS
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