Se sonrojan las sábanas blancas
con el roce de pieles que arden
y se mojan en sudores las almas
con los suspiros de cada tarde,
que lanzados al techo envuelven
las penumbras del silente cuarto,
se erizan ansiosas las paredes
augurando la llegada del ocaso,
enmudecidas alfombras aguardan
que las sombras dibujen caricias,
momentos que los cuerpos regalan
cada vez que el sol agoniza,
y se alzan exultantes las llamas
del candil testigo de encuentros,
artificiales luces que reclaman
que se unan por siempre los cuerpos.
Ya no quieren tener de testigo
a la luna lamentando despedidas.
Ya no desean atardeceres furtivos
anhelan noches y también días.
Ramón Pablo Ayala (Argentina)
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