Vienen en su mudez tan lejos de sí mismos
y entran así en nuestro pensamiento
sostenidos por una brizna verde de niebla
y una luz de ojos grandes que se pierde
en la hondura del tiempo.
Y sentimos su peso sonámbulo
y un temblor líquido de flor de ceniza en la frente,
párpados que contienen aún la claridad de un sueño,
de un gesto suspenso en el vacío.
Nadadores ausentes, bañistas que se fueron
por el túnel azul de las desapariciones,
ahora hay un regreso de gemido sin voz,
el cuerpo que se anuncia en el vidrio lácteo del agua,
en el interior de su frío,
como una forma perdida en el recuerdo.
Rostros que poseen el color impensado de una rosa violácea,
y un mirar infinito prendido en la estrella transparente
que navega en las sombras.
Están ahí, en lo hondo, en la pálida frontera del abismo,
en el espejo insondable de la soledad.
Y nosotros sabemos de su desnudez sin nombre,
del tristísimo mar que aún los alimenta,
cuando entran en nuestro pensamiento
y alguien, muy lejos, allá, en lo inmenso,
nos reconoce.
MIGUEL ANXO -Lugo-
Publicado en Un día es un día Ágora
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