Doblaba por Tamborini a paso lento;
entraba a Pinto —la calle que la extraña—,
llena de buen humor su bolsa del mercado.
El tiempo es en extremo confianzudo:
sin aviso se nos trepa a los hombros,
desgasta días y sueños, y nos cansa;
pero a Clari, pequeña, casi duende,
tanto peso doblegó su esperanza.
Desde que falta su antes de plumero
hay libros con alergia en los estantes;
no hay ovillos de lanas de colores
para juego y aruños de mi gata.
Quien ya no muerde el pan en esta tierra
no hallará alimento en parte alguna;
lo creo así.
Pero ella, tan creyente,
acaso esté ordenando en algún cielo.
Sobre la mesa dejaré estas palabras
junto a la nota semanal de las compras
para que cada lunes las lea su fantasma.
Del libro Cielo de Coghlan de RUBÉN DERLIS
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