Todo ocurrió en menos de un minuto.
Llegó a la oficina un tipo peculiar,
elegante y enigmático.
Tenía el pelo largo
y una cazadora de cuero,
de las caras,
que le llegaba hasta las rodillas.
Me preguntó una duda que traía,
una duda de las fáciles.
Le expuse la solución a su problema.
Mientras yo hablaba,
empezó a torcer la cabeza
guiñar los dos ojos a la vez
mover una mano sin control.
Me dijo me lo puedes explicar todo
otra vez,
es que tengo la cabeza vacía.
Empezó a darse golpes fuertes
en el lateral izquierdo de la cabeza.
La cabeza sonaba como cuando das
porrazos en un cajón de madera,
todo parecía hueco allí dentro.
Le volví a explicar con claridad,
se levantó a toda prisa y se marchó,
se llevó a rastras,
sus tics,
su chaqueta cara
y mi asombro.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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