Cuando miedo regresa a la memoria,
la voluntad rezuma cobardía
dejándonos cautivos y callados.
Y, sin embargo, ayer, os lo aseguro,
bien lo sabe Dios, todo fue distinto.
Tomé la azada, eché por tierra el miedo,
cavé luego una fosa, bien honda, bien profunda,
en la boscosidad subjuntiva del olvido
y allí le di presidio y sepultura.
Y al punto vi quebrarse
en innumerosos pedazos
el rostro del desdén y la efigie del presagio,
y cómo ante mis ojos izaban sus banderas
el júbilo más íntimo, el sosiego más ancho,
la paz más deslumbrante.
Después, como de súbito,
viniera el desengaño a revelarme
que quien duda también recela y teme,
sin pérdida de tiempo puse en fuga
los temores, las dudas, los recelos.
Y atrás quedaron, presos en la niebla
inmóvil del pasado,
amarguras, prejuicios, desencantos.
Verme exento de aquellas ataduras,
sentirme en libertad,
que ora es don, que ora es vida,
fue alcanzar los confines de la dicha.
Acaso porque uno es reo de sus actos,
el durísimo oficio de ser hombre
en el error sustenta su enseñanza.
Ahora si que he andado más camino
que el camino que tengo por andar.
Ahora se que siempre es más feliz
aquel que a manos llenas comparte con el prójimo
el pan y la costumbre,
el vino y la palabra.
Dejadme que enarbole con vosotros
la rama del olivo.
Permitidme que aspire a vuestro lado
el puro aire del alba.
Nada es mío, nada me pertenece,
salvo aquello que me han arrebatado.
Mi única heredad es la esperanza.
Del libro NADA ES MÍO, NADA ME PERTENECE de
Máximo Cayón Diéguez -León-
1º Premio, XXVII Certamen de Poesía Searus, 2004
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