No le gustaba ese ronroneo impertinente del animal ahí cerca, trepado en la repisa junto a sus libros, su insistente indolencia, esa pasividad agresivamente incisiva. No le gustaba. Y sin embargo no entendía por qué se sentía obtusamente fascinada, absorta, incapaz de meterse en su trabajo de una buena vez y terminar de cotejar semejanzas y diferencias en las citas de ambos textos asignados cumpliendo con la maldita tarea.
Por un rato pudo al fin concentrarse, avanzar un poco, no más de diez minutos, pero la presencia del felino volvió a distraerla, esta vez porque había subido de tono su enigmática cadencia. Ahora se tornaba densa, sincopada, como un mantra. Y la miraba, no dejaba de mirarla como si quisiera entrar en su cabeza, en su alma misma, literalmente engatuzándosela. Comprendió que se trataba de un macho cuando lo vio cambiar de posición, ladearse incómodo, erguido. Se estremeció toda.
Un rato después, sin pensarlo dos veces dio un ágil salto y desbaratando el precario equilibrio de tres libros en la repisa estuvo junto a él, lamiéndolo, ronroneándole su deseo.
Enrique Jaramillo Levi -Panamá-
Publicado en Suplemento de Realidades y ficciones 71
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