Desde la ventana, por la calle solitaria la vio venir, tan bella como siempre, con esa sensualidad suya que podía tocarse a distancia con las yemas de los dedos, con el olfato, saborearse, pese a todo. Ligeramente cabizbaja, se dejaba no obstante mirar, y trataba de no hacer lo propio, sin lograrlo. Otra vez estaré con él, pensó comenzando a sentir la taquicardia, me besará hasta quitarme el aire, mis pechos se dejarán sorber por sus labios ávidos, en mi cintura su brazo sostendrá mi cuerpo para que, vulnerable y frágil, su fuerza no quiebre del todo mi falta de voluntad. Una vez más me dejaré querer, entrará en mí como Pedro por su casa, me hará gozar, como siempre gozaremos. Y cuando finalmente ella toca a su puerta y él no la deja entrar, cuando lo oye decirle en tono altanero, desafiante, que para qué ha venido si esa relación ya no existe, si ya sabes la verdad, lárgate de mi vida de una buena vez, ella se pasma, lo ve cerrar bruscamente la puerta, desaparecer por completo su figura tras la ventana, irse para siempre de su existencia. Entonces, temblorosa, da media vuelta y se aleja lamentando su debilidad, esa vieja estupidez que la ata al pasado, y masculla entre dientes eres un malagradecido del carajo, jamás tendrás a alguien como yo, una mujer casada que quiere a su esposo, que por ti lo ha traicionado, que estaba dispuesta a dejar su hogar por irse contigo, ¡y tú, hijo de puta, maldito maricón de mierda, me dejas por otro hombre!
Enrique Jaramillo Levi -Panamá-
Publicado en Suplemento de Realidades y ficciones 71
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