Las sirenas han sido personajes famosos de la mitología griega, aunque se cuenta que son muchos los que dicen haber visto una.También es cierto que quienes confirman dicha contemplación, en su mayoría, son marineros. Aseguran que […estos seres tienen apariencia femenina, que son mitad jóvenes mujeres y mitad peces, que saltan como los delfines y que realizan varias acrobacias antes de
desaparecer...] Las primeras leyendas sobre las sirenas se remontan a la época de los asirios y los babilonios, que, sobre el año 1.000 a.C., adoraban a las divinidades del sol y de la luna. La diosa-luna Atargatis, madre de la reina asiria Semíramis, mitad mujer y mitad pez, puede considerarse la primera sirena de la que se tiene noticia.
En cambio, en la antigua Grecia las presentaban como criaturas marinas que atraían a los marineros con sus cantos para hacer que naufragasen sobre los escollos, y que después los secuestraban para devorarlos. Sin embargo, la literatura les confirió un lugar especial con la obra de Homero La Odisea. Solo Ulises demostró ser más astuto que ellas al ordenar a sus hombres que se tapasen los oídos con cera y a él que lo atasen al palo mayor de la nave para librarse de sus encantamientos. Así pues, en aquel tiempo las sirenas eran monstruos y, al igual que sus equivalentes masculinos, los tritones tenían la capacidad de provocar tempestades marinas. Según una leyenda griega, la hermanastra de Alejandro Magno, Tesalónica, al morir se transformó en una sirena. Vivía en el mar Egeo, y, cada vez que veía un barco, agitaba el mar. Entonces salía del agua y preguntaba a los marineros: "¿Está vivo
Alejandro?". La respuesta correcta era: "Vive, reina y conquista mundo". Al oírla, Tesalónica calmaba las aguas y deseaba a los marineros un buen viaje. Cualquier otra respuesta la enfurecía y desencadenaba una terrible tempestad.
Con la llegada del cristianismo, también la leyenda de las sirenas se adaptó a las exigencias de los nuevos tiempos. Así nació la versión de la sirena que anhelaba tener un alma pero que, para conseguirla, se veía obligada a prometer que viviría en la tierra y que renunciaría para siempre al mar. Aquella promesa, imposible de mantener, condenaba a la sirena a una lucha eterna y desgarradora consigo misma.
Una historia del siglo VI d.C., cuenta que existía una hermosa sirena que cada día se encontraba con un monje de Iona, una pequeña isla escocesa. Rezaba con él para que Dios le diese un alma inmortal y la fuerza que necesitaba para abandonar las aguas. Pese a la sinceridad de su deseo y al hecho de que, al final, se enamorase del monje, la sirena fue incapaz de renunciar al mar. Las lágrimas que derramó al abandonar para siempre la isla se transformaron en guijarros. Hoy todavía se pueden ver piedras verdes en la costa de Iona; se las conoce como "lágrimas de sirena".
En los mares del norte las leyendas sobre las sirenas se confundían a menudo con los relatos sobre avistamientos de focas. Algunos, en cambio, consideraban que se trataba de las almas de personas que se habían ahogado, mientras que otros sostenían que eran mujeres víctimas de encantamientos. Focas y sirenas tenían varias características en común: que tanto unas como otras poseían el don de la profecía.
Hoy día ya nadie cree en las sirenas. No obstante, y pese a que estas criaturas hayan perdido su valor simbólico, es decir, a que hayan dejado de recordarnos el peligro de la tentación, sin duda alguna la leyenda de estas "señoras del mar" sigue formando parte de las fantasías de nuestra cultura, al igual que los unicornios, los dragones y las hadas.
Elisa I. Mellado (Sevilla)
Publicado en la revista Aldaba 32
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