“Creo en la vida eterna en este mundo, hay momentos en que el tiempo se detiene de repente para dar lugar a la eternidad”
Fiódor Dostoievski
Cuando se cumplen demasiados años los recuerdos del tiempo vivido alborotan la memoria provocando un desfile literario de obras y autores, a los que uno considera designado a la vez que agradecido. Y se va volviendo sobre ellos, recorriendo sus páginas de nuevo para disfrutar con su lectura y sopesar el ayer literario con el de hoy. En este estado he llegado en tarde pasada a la lectura de Noches blancas de Fiódor Dostoievsky en una rica edición de Nórdica bello libro ilustrado por Nicolai Troshinsky que ya por la sobriedad de coloridos que muestra los acertados dibujos que acompañan la versión al español de María Sánchez Nieves, ya es disfrute del lector poseído de calma y sensibilidad a estas agradecidas ediciones, placer de aromas de libro impreso frente a lo digital.
Mucho se habla y escribe blandiendo la pregunta de si el autor de Crimen y castigo y el Idiota, entre otras magistrales obras, es ya un escritor pasado de “moda”. Hombre, sí se trata de esa torrentera de “modas literarias” en forma de libros con las que se tropieza tan solo entrar en el departamento de librería de los grandes almacenes, con estertores reclamos publicitarios de una escritura revestida de nata sentimental y premios dudosos abolorios del reclamo, pues la verdad sea escrita, el autor de Noches Blancas, que también puede ser La divina comedia de Dante, Guerra y paz de Tolstoi y Las almas muertas de Gogol, son obras maestras, vitales y perennes. Solo nos basta situarnos enfrente y en la medida que nos debemos por ser a los buenos lectores. Nos sirve de escudo y refugio, ante la persecución de los Derechos Humanos y la vuelta de espaldas a la ética y la estética de los poderes dominantes.
Entonces, partiendo que lo cortés no se puede quitar lo existente me ciño a la literatura, oxigeno reconfortante en esta solidad desmadejada y chabacana, Noches blancas es una historia que conmueve suspendida sobre una narración sencilla de contenido romántico que nos desliza por una historia de amor apasionado en ese paseo nocturno durante tres noches por las calles y plazas de la embrujadora San Petersburgo. En esas “noches blancas”, manto embrujador exhibiendo su bellísima arquitectura, como espacio donde surge la impronta de tan sutil y amorosa pasión. Él, es un hombre envuelto en su propia y extrema gravedad de solitario paseante, que asumiendo el papel de narrador cuenta la casualidad en que conoció a una joven, cuando, al parecer, estaba necesita de ayuda. El nombre de ella Nástenka que entre sorprendida y poseída de tembloroso agradecimiento le irá desgranando la triste y desolada existencia que lleva junto a su abuela ciega y dominadora, todo ello embargado por ese amor que espera regrese de Moscú para convertirse en realidad deseada. Y este joven romántico soñador, extraño e imaginativo, huérfano de amor inmerso de tristeza, que deseador de esperanzas con las que dar rienda suelta a esas grandes pasiones que domina a los humanos cuando son alcanzados por las flechas del amor
Y su mente intenta buscar en las cenizas de su propia soledad un fuego que le permita llevar a su corazón el calor necesario para sentir de nuevo aquella pasión amorosa de un tiempo ya vivido. Sentir el bullir de la sangre, la lágrima del pobre que toma fuerza, esa humedad que empapa la esperanza que discurre por sus mejillas. Porque el tiempo pasa y todo parece huir, salvo ahora que toma vida la palabra entre dos seres desnudando sus existencias con la ilusión y esperanza de que sean ellas las que alimentan sus vidas. Poner en estampida la soledad que los oprime, detener la implacable vejez que todo lo arruina, la posibilidad, al menos, de lograr seguir soñando en algo alentador. Esta es la historia, en forma de novela corta lo que muestra Noches blancas, una narración que lleva al lector a participar en el estado de ánimo de los protagonistas, a compartirse en dos impulsado por esos maravillosos y conmovedores diálogos que llena de grandeza el paisaje nocturno de la embriagadora ciudad en las blancas nocturnidad del solsticio de verano. Y exclamar: “¡Dios mío! Todo un minuto de felicidad! ¿Acaso es poco para toda una vida humana?
Francisco Vélez Nieto
Publicado en Sur de Córdoba
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