viernes, 30 de octubre de 2015

DIME QUE LEES Y TE DIRE QUIEN ERES


(Artículo de 1922)

     Pero...¿es verdad que este pueblo, o mejor, aquella exigua minoría de este pueblo representativa de su cultura, no tiene otra suerte de curiosidades y preocupaciones de orden intelectual que las que atañen al comadreo político de todos los días y al monótono anecdotario policial y social que componen los chismes de vecindad?
     Yo mismo, que a fuer de realista paso por un monstruo de pesimismo ante los ojos de más de un amigo romántico, me resistía a creerlo; pero son tantos ya los que me dicen: "No escriba usted sobre tal cosa, no trate usted tal asunto", basándose en que aquí las gentes no gustan de leer sino lo de pura actualidad local, que ya empiezo a dudar de si tendrá razón, de si será o no será verdad que para casi todos nuestros conciudadanos el mundo entero, o todo lo que interesa del mundo, está contenido en el cuadrito borroso y anodino de nuestra minúscula vida insular.
     Pase que la masa, la pobre masa humana usufructuaria de toda miseria, ignorancia y dolor, no alcance a penetrar, en su oscura visión de las cosas, más allá de sus urgencias económicas y de sus informes e infantiles aficiones: hipódromo, cine, base-ball, trompadas, el último robo o asesinato, lo que dijo o no dijo el político tal o cual. etcétera. Pero que la legión de los que, por encima de la masa, con mejores oportunidades que ella, representan el coeficiente más alto de nuestra mentalidad sea también tan carente de sensibilidad para lo exterior que no se asome jamás por encima de nuestras menudas luchas y de nuestros escasos y pedestres deportes y amenidades, para atisbar la actualidad viva, dramática, profundamente universal y humana, tal como va desenvolviéndose en el vasto escenario mundial, francamente, es cosa ésta que, ni aún siendo como soy un concienzudo convencido de la frivolidad criolla, me resigno a creer.
     Porque, ¿qué pensar entonces de nosotros? ¿qué pensar de unas gentes leídas y escribidas que limitan voluntariamente su horizonte mental a las minúsculas proporciones de nuestro peñón nativo? ¿qué fibras tan     bastas entraron en nuestra conformación fisiológica que nos permiten vivir en tal apartamiento de la vida que miremos con indiferencia a la interpretación del problema humano que nos da el artista, el sabio, el político, el agitador, el hombre, en fin, que en otros puntos del globo se mueve en tal o cual dirección, afronta tal o cual peligro, enuncia tal o cual principio, propaga ésta o aquella doctrina, realiza ésta o aquella acción noble o innoble, y forma con sus pensamientos o sus obras ese vario, alucinante espectáculo de la vida universal...? ¡Oh, el perenne zumbar del río tumultuoso e inmenso que nos viene de Londres, de París, de Berlín, de Moscú, de New York, de toda grande conglomeración de voces --imprecaciones, amonestaciones, ayes, cánticos...--, en que detona el ansia de expresión de toda esencia humana! ¿Cómo ser hombre de este siglo y sustraerse a la atracción irresistible de ese gigantesco torbellino en cuyas ondas, en todas y cada una de cuyas ondas, hay algo nuestro --una idea, un sentimiento, un anhelo, una predilección, un rencor, o un amor-- que a cada instante puede sobrenadar o hundirse para siempre?
     Dime con quién andas y te diré quién eres, dice el viejo refrán. Pero yo diría mejor, porque se roza con un aspecto más íntimo y revelador de nuestra personalidad: Dime qué lees, dime qué asuntos atraen tu curiosidad, dime las proporciones del escenario que monopoliza tu atención, y yo te diré sin vacilar quién eres. Yo te diré si vives o si no vives, si eres un ser real, un verdadero hombre de hoy, de este siglo, o si simplemente eres una sombra con engañosas apariencias de realidad.
     ¿Vives, eres verdaderamente un ser real? Pues entonces todo tú estarás absorto en la contemplación del gran drama del esfuerzo y de la cultura humana en que persigues anheloso como una proyección, como una vislumbre, como un relámpago de lo que hay en tí de íntimo y personal, que vale tanto como decir de eterno y universal. Si vives, tu curiosidad te arrastrará cada vez más lejos de la plaza de tu pueblo. Ahora resbalarás en trineo por las estepas polares con el último explorador, y en seguida te sentirás sorprendido en un frágil aeroplano sobre los Alpes o sobre los Andes, y luego asistirás a la apertura solemne de unas conferencias, para ir después al estreno de un drama, o a un salón de arte donde se exhibe la última maravilla, o a un concierto, o a la cátedra donde un sabio (¡Einstein!) expone su revolucionaria teoría de la relatividad, o a un parlamento, o una fábrica, o una cárcel, o un mitin, o cualquiera, en fin, de los innumerables aspectos que reviste la actualidad humana.
     Pero...tuerces el gesto ante la página del periódico que te trae la repercución última del latido de tu propio espíritu (que son términos equivalentes espíritu y universalidad), y te niegas a abrir los ojos para otra cosa que no sea la ramplona e inexpresiva película del suceso o chismecito local, y ya te nos has dado a conocer, ¡picarón! No eres más que una sombra, un muerto, porque careces de toda lumbre espiritual, que es la que nos ilumina y nos enciende con el fuego misterioso de la vida. "Pero es que ¿no lo ves? ando, como, duermo, me agito en tal o cual sentido, por consiguiente"... Por consiguiente, estás muerto, no has vivido nunca. Porque esa vida de que hablas es vida animal: comer, andar, dormir, hablar, rumiar... Y no es esa la vida, no es esa la polarización de la esencia humana en una figura individual. Podrás convencernos de tu realidad si nos aseguras que eres un caballo, o un cangrejo, o un buey. Pero persona, lo que se dice una persona sensible y pensante, eso... ni lo has sido ni lo serás nunca.

Publicado en el blog nemesiorcanales

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