¿Quién podía detenernos en aquella marcha
nocturna, en que yo era desbocado corcel; tú, amazona
de imperios, y tus talones me fustigaban tanto
que la sangre acudía a agolparse a mis ijares?
Y la impetuosidad de la carrera nos arrastraba
sin sentido al abismo que se abría ante nosotros.
Ya estábamos cerca y no nos deteníamos. Corríamos
furiosamente. Pero, al llegar al borde, todos tus músculos
se crisparon. Cerraste los ojos y yo salté.
Cuando llegamos al fondo, tus talones se habían
separado, estabas desvanecida y el látigo
con que me azuzabas te había cruzado
los ojos en dos lívidas curvas.
Horacio Quiroga -Uruguay-
Publicado en la biblioteca de Marcelo Leites
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