(Reflexión)
Cuenta una antigua leyenda hindú, que un ciudadano muy respetable, cegado por los celos y dominado por la ira, asesinó a mansalva a su mejor amigo.
El homicida fue detenido y llevado ante el Rey a fin de que fuera juzgado por su crimen.
Luego de escuchar los testimonios acusatorios y confesión de parte, el Rey le dijo: Bien, tú sabes que el castigo por la comisión de este delito es la horca, pero hoy me siento magnánimo y te daré a elegir entre seguir viviendo o ser ahorcado al atardecer.
Piénsalo bien (prosiguió), porque el castigo que te impondré será tan severo que muchas veces lamentarás no haber escogido la muerte. - ¡La vida señor, deseo seguir viviendo!, - contestó.
Entonces el Rey sentencio: a partir de este momento seguirás viviendo según tu deseo, pero hacia donde tú vayas, de día o de noche, irás cargando el cadáver de tu amigo a quien cruelmente asesinaste.
Además el día en que tú faltes a esta sentencia, serás duramente castigado con todo el peso y el rigor y de la ley y la justicia, y obligado a cumplir esta sentencia como escarnio y escarmiento para otros que imprudentemente intenten actuar de la misma manera.
Como resultado de esta singular sentencia, todo el pueblo entró en una catarsis de reflexión profunda, que cesaron los asesinatos en todo el país y los delitos disminuyeron notablemente.
La gente se volvió más amable y considerada, las familias se mostraron más unidas y felices, tan solo bastaba ver o oír acerca del cargamuerto, para sentir lástima y autocompasión por si mismos.
"De esta manera, el muerto se convirtió en verdugo de su propio asesino y el asesino en víctima del victimado"
Igualmente sucede con el cadáver de nuestros malos actos, el juez implacable de nuestra conciencia nos obliga a cargar con ellos, no podemos dejarlos en casa y salir a la calle libres como si nada hubiera pasado, ellos son un lastre oneroso que ofusca nuestros sentidos y entendimiento, son una sobrecarga que pesa sobre nuestra conciencia, alterando nuestro rumbo y dificultando nuestro andar.
En conclusión, podemos hacer lo que queramos en la vida, pero tenemos que atenernos a sus consecuencias. Nadie se va de este mundo sin pagar su deuda o recibir su merecido.
Finalmente, nosotros, escribimos en los anales de nuestra mente un registro que no puede mentir ni ser alterado, que se despliega como un libro cuando el juez de nuestra conciencia lo requiere.
Así que apreciados amigos y amigas, a comportarnos bien.
George Rivas Urquiza -Perú-
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