Se amaron durante toda la noche en la penumbra cómplice de las salas vacías. Amanecía cuando, recogiendo sus faldas oscuras, regresó al cuadro y colocó sus manos en la forma habitual. Mientras el recuerdo de las horas pasadas le devolvía la célebre sonrisa, el cadáver del sereno comenzaba a enfriarse.
Lucía Coria -Argentina-
Publicado en la revista Ficciones Argentinas
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