domingo, 2 de febrero de 2014

LA CERTEZA DEL ANHELO.


Señora:
Sé que su belleza es peligrosa,
de esas que hacen
que un hombre se suicide
o que pierda la razón,
lo que, a fin de cuentas,
viene a ser lo mismo.

También se , aunque nadie me lo ha dicho,
que en su aliento hay golondrinas
que tiñen de azul su voz,
y sé que en su voz
hay un arpa con la forma de su nombre
que se desnuda cual náyade en espera de un beso
y expande sus arpegios
en cada atardecer.

Sé que en sus senos
hay orquídeas
que se desangran en anhelos
y sé que su vientre
es habitado
por el impetuoso y enamorado
galope de un unicornio de ojos marrones
(que tal vez lleve mi nombre
engastado en su triste mirada)
el cual se encamina
acezante y presuroso
hacia el oasis de luz
que se demora en su pubis.

Sé que en su sexo de fresas dulces
con su textura de agua salada
hay una pregunta sin respuesta
que se moja de luz
y se deshace en deseos
en el altar de carne y luz
que se erige entre sus piernas.

Sé que el fuego liquido
que arde en su sonrisa vertical
(donde reside el divino tormento de su femeneidad)
tal vez nunca se vista
con los apasionados colores
que le dan vida a mis ansias de amarla.

Sé que la noche
que muere y nace en el laberinto vertical que la hace hembra
lleva su olor a mujer
a través del viento
del tiempo y la distancia
hasta los labios de un poeta
que muere de amor por usted.

Y sé que las manos
que le escriben estos anhelos
que no son más que muertes convertidas en deseos
tal vez no tendrán nunca
la esperada resurrección
de uno solo
de sus besos.

Ojala que así no sea.

VÍCTOR DÍAZ GORIS

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