Será cierto, mamá y papá,
que algún verano de 1931
Don Carlos Idaho Gessell miró
extasiado más de mil hectáreas
de dunas y médanos migrantes
imaginando la villa en que cierta vez
nos alojamos?
Será que llegó a ver sobre Avenida Uno,
entre ciento diecisiete y ciento dieciocho alzarse
ese hotel con salida a la playa
sobre cuyas arenas María Claudia y yo jugamos?
Nunca lloramos miserias ni nos albergaron
hoteles de más de dos estrellas.
A menudo vuelvo a
la patria de mi pubertad y constato
que siempre viajamos con la casa a cuestas,
y más de una vez también
con tías-abuelas.
Que siempre almorzamos único menú
y ocupamos habitaciones modestas.
Pero el viejo igual la iba de tuerca,
con esa gorra azul de tejido barato
y esos guantes truchos de Rally de Montecarlo.
Delante la felicidad, en esos días,
la dicha a cuestas y
detrás la alegría.
El pozo disimulado con diario
cubierto de arena seca,
el cuerpo hecho milanga y nunca
el bronceado de un artista…
Hoy soy un señor mayor,
casi no juego, y
estoy convencido de que es insalubre
para la especie llegar hasta mi edad.
Los días que corren no merecen la pena,
el amor siempre.
Voy a contarles un par de herejías,
espero que no me reten:
Soy tronco que aún navega
el mar abierto de la Nación
pero hace tiempo que no grito
emocionado “Perón, Perón”.
Mis amigos se sorprenden
- y quizás un día lo entienda -
porque soy buen parrillero,
pero, padres (no se ofendan),
ya nunca seré doctor.
No descargar la rabia
sobre quien lo merece
me ha hecho subir la presión.
Conservo el odio que nos hace dignos
y a menudo no encuentro
dónde volcar tanto amor.
No sé qué más, queridos…
Que en un tiempo sin valores
todavía tengo los míos.
Que al borde de la Tercera
Guerra Mundial conservo
en refugio antinuclear
casi todos sus consejos.
Del libro Alpargartas de
JORGE FALCONE
Publicado en la Editorial Alebrijes
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