El día despuntó soleado y fresco. Invitaba a pasear disfrutando del otoño. Él se sentía tranquilo, sin mucho para hacer. Sólo vagar en aquella mañana de abril. De pronto la vio venir: distraída, relajada, sola. Justo cuando pasaba, una ráfaga movió las hojas marrones y amarillas que se metían por todos lados, escondiéndose de los árboles, tapizando las calles y veredas. A sus ojos fue como si ella fuera mágica, como si con su simple presencia la naturaleza se rindiera a sus pies. Bajo la luz del sol la vio brillar. Él la siguió. Una cuadra, dos. ¿Se atrevería a hablarle? No estaba seguro. Al final se apuró. Ella sintió sus pasos, pero él ya la había agarrado de atrás. Ponerle el puñal en la garganta fue lo natural, obligarla a que le entregara la cartera no tuvo sentido: ella lo hizo sin que él se lo pidiera. Quizá matarla fue una estupidez, pero él no quería escuchar sus gritos. Hubiera sido un crimen arruinar la paz de aquella mañana.
Jorgelina Etze -Argentina-
Publicado en la revista Ficciones Argentinas
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