El sol escapa a lomo de arreboles.
Poco a poco la sombra se esfumina
borrando de la faz los tornasoles.
La luz entre los árboles declina.
Todo se torna mágico y sensual
como el adagio de una sonatina.
Un sauce cimbreante y colosal
en la penumbra sin pudor arquea
para besar al río fantasmal.
El agua blanda y lóbrega acarrea
una rama reseca y solitaria.
Entre el follaje un pájaro aletea
y abana en el mutismo una plegaria.
Paisaje nocturnal, a su conjuro
la luna, vanidosa luminaria,
en el espejo plácido y oscuro,
se busca entre luciérnagas y estrellas,
mientras el tiempo repta sin apuro.
2
El sol regresa lerdo por sus huellas,
se entretiene en la fronda prisionero.
Estallan de color las cosas bellas;
tremola la garganta del jilguero.
La vida se renueva cada día
y cada amanecer es el sendero
a un mundo de infinita algarabía.
Pentagramas de acordes y de escalas
en brillante y perfecta sintonía.
El río al despertar muestra sus galas
y en círculos concéntricos navega,
rozando apenas las sutiles alas
de la cigüeña que a posarse llega.
Se aproxima el rumor del caserío
y la noche aterida y gris se entrega.
La niebla se sacude del hastío;
perfuma de humedad a la maleza;
y abandona un jirón en el bajío.
Claroscuro, espontánea belleza,
noche y día, quietud y regocijo.
Presea que nos da Naturaleza
que en perfección y gozo nos bendijo.
Delia Esther Fernández de Hernández
Tercer Premio del XIX Certamen Carta Lírica
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