La yegua, casi inmóvil, tan serena,
en actitud de protección y ayuda,
al frágil potro a su costado escuda.
Huele el ambiente a espliego y hierbabuena.
En la tarde bucólica resuena,
distante, una campana; se desnuda
el álamo ante el viento, y lenta y muda
el agua del canal cruza la escena.
Mientras la yegua, estática, medita,
sueña el potro, de pie, que dinamita
sus músculos en rápida carrera.
Pace el caballo en el confín del prado,
ajeno a su pareja al otro lado
y al pequeñito absorto en su quimera.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Ángeles-
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