Recuerdo aquellos años en los que jugaba al fútbol con los amigos en las calles del barrio: eran casi todas nuestras. Hoy eso ya no lo pueden hacer los chicos porque los coches las han conquistado por completo. Igual pasa con los antiguos solares: terrenos sin edificar y sin vallar que se convertían, por derecho de pernada infantil, en zonas libres de adultos y minadas por los hoyos hechos por los críos para jugar a las canicas.
De vez en cuando algún vehículo taladraba el silencio, roto sólo por los pájaros o las campanas de las iglesias circundantes. Si uno permanecía callado escuchaba perfectamente el sonido del viento en las esquinas, el piar de los gorriones, el grito de la madre llamando a un compañero de juegos. No olía a gasolina quemada.
¡Bola, pie, bonito y hoyo! Las canicas rodaban, las peonzas se abrazaban en combates inocentes. ¡Te cambio la estampa de Izcoa por la de Vicente! Todo era calle, todo era juego compartido.
Hoy no queda sino una leve sombra que va desapareciendo, como la vega que todavía puedo contemplar desde mi ventana algunos días de cielos limpios de polución.
Francisco J. Segovia -Granada-
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