A horcajadas,
en la estación perdida,
la niñez voltea la estampa del viento.
Hechizada en cada gesto,
en cada derrota,
en cada insulto,
en cada rencor,
en cada mirada angelical,
la niñez sonríe y refresca,
como un manantial de años y días,
con la culpa y la verdad de los instintos.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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